La trampa era que, si decía que
sí, le acusarían de ser colaborador del Imperio, y si decía que no, le
acusarían de ser contrario a Roma, luego podía ser castigado por ello. Era
una trampa que no merecía respuesta, pues su misión no se refería a luchar por
un objetivo político. Pero, para dar una semirespuesta, con objeto de salir del
atolladero, pide que le enseñen una moneda con la cual se paga el tributo, y
luego pregunta de quién es la imagen y la inscripción. Le dicen: del César. Y
él responde: pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
No era ninguna respuesta seria, era una
salida por la tangente. Esa frase no
quiere decir nada, pues fue algo forzado por las circunstancias.
Sin embargo, los ladrones
de todos los tiempos han usado esa
frase para evitar que se critiquen sus robos. Para dar a entender que la
Iglesia, ni nadie que fuera cristiano, debía impugnar su proceder, pues era
cosa del César (o sea del Gobierno) y no correspondía hacerlo a la Iglesia.
Dirigentes de la Iglesia, lamentablemente, han observado esa
abstención. Pero ello es imposible. Porque 1) la frase no tiene ningún
valor bíblico, pues jamás fue dicha con la intención de enseñar nada, 2) la
actitud de un cristiano/na debe estar inspirada por las palabras, esas sí
bíblicas, siguientes:
Yo os digo: ¡escuchad bien,
/ gobernantes del pueblo de
Jacob, / prohombres de la casa de Israel! / ¿No os
corresponde a vosotros conocer el derecho? / Pues sólo sabéis
odiar el bien y querer el mal: / arrancáis la piel del cuerpo y la
carne de los huesos. / Pero nadie de quienes devoran la carne de mi
pueblo, / (...) a ninguno de estos / el Señor
responderá / cuando grite auxilio. / Son unos
criminales / y él les esconderá la cara (Miqueas).
Así que, cuando digan esa frase,
les decimos: ¡al carajo con vuestro César!