Conforme sigo con mis escarceos por los textos bíblicos, no salgo de mi
asombro, sorpresas y más sorpresas, la mayor parte desagradables.
He leído, creo que por tercera vez, pero la primera con espíritu muy crítico,
el libro Hechos de los apóstoles, y he tenido una más de las acostumbradas
frustraciones. En mi lengua llegaría a decir: He caigut de cul. Frase que
decimos en el sentido de “ha sido tan grande la sorpresa que, emotivamente, me
ha hecho perder el equilibrio corporal, y he caído (hacia tras). Efectivamente,
aseguro que no exagero.
Este libro, para mí, es un fraude, por dos razones: la primera porque,
aunque se titula Hechos de “los” apóstoles, tan solo se habla de dos de ellos:
Pedro y Pablo. Sí, sí, los “considerados” más importantes. Pues, no sé… Primero
no sabemos nada de lo que hicieron los diez restantes. (Eso lo sabía, pero no
lo había valorado como ahora.) Y, me quedo con mi todísima ilusión de que
ellos, o algunos ellos, lo hicieran mucho mejor.
Pero, cuidado: no quiero tratar de este libro como un tema independiente,
sino en el marco del tema, el gran tema, de cómo el mensaje cristiano, de su
formulación primitiva, en los textos evangélicos sobre Jesús, centrados en hacer
el bien a las personas, se fue deslizando hacia un pseodomensaje basado
principalmente en “creer”, en “la fe”, y en un montón de “verdades”. Ya sé que
me dirán que el creer, si es de verdad, ya implica necesariamente el actuar.
Totalmente de acuerdo, yo, pero no la mayoría de la gente. Para muchos/as,
creer es algo que “viste”, que da prestigio (hoy no tanto como antes, pero aún).
Para mi conciencia cristiana, todo deriva de bastante atrás. Primero, en
los evangelios, Jesús, ni cuando habla ni cuando actúa, no invita a creer (a
veces sí, faltaría más), sino a actuar.
Veamos un bello ejemplo en las parábolas,
concretamente en las siete que yo escogí como más importantes para mi reciente
libro sobre “Lo mejor de la Biblia”.
Sembrador: Invita a seguir sembrando (en todos los
sentidos), puesto que, aunque haya semillas que se pierden, siempre las hay que
fructifican.
Talentos: Invita a aprovechar las facultades recibidas
para hacer el bien (i no precisamente para acumular talentos, que eso fue un
ejemplo, porque permitía valorar numéricamente). Pero el quid de la cuestión
está en el hecho de que hay que dar en proporción a lo que se ha recibido.
B samaritano: Invita a atender a cualquier persona necesitada.
Hijo pródigo: Invita a perdonar, aunque la falta haya sido
grave.
Oveja perdida: Invita a valorar a cada persona en función de su
valor como tal, y no en función de la cantidad de ellas.
Fariseo y publicano: Invita a ser humilde ante Dios. Es
decir: a ser realista.
Siervo malvado: Invita perdonar, y muchísimo más si ya has sido
tu perdonado.
Eso Jesús, pero Pablo… Hace años que he venido observando
que, así como Jesús hablaba sobre todo de cosas terrenas y cotidianas, el
apóstol Pablo se refiere muy abundantemente a grandes principios, temas
intelectuales, elevados, de más significación que realidad. Llega al punto de que,
cuando da consejos para portarse bien en la vida de cada día, ese tema ocupa
como mucho una columna de un texto publicado en forma de columnas. Es decir,
muy poco espacio sobre la longitud total de la carta. Pero en más o menos la
mitad de sus cartas (6 u 8), no llega ni a eso. Algunas veces he llegado a
pensar que Pablo predicaba más “su” evangelio que el de Jesús.
No he dado a ello excesiva importancia, pensando que se trataba de una
excepción, en una persona que no era extraño que fuera diferente de los demás
apóstoles, teniendo en cuenta que fue un apóstol posterior, que nunca convivió
con Jesús, y que se nota enseguida que es un intelectual nato.
Pero… ahí estamos. Que una cosa es tener “una”
excepción, y otra…
Segunda razón por la cual considero que se trata
de un fraude.
¡Habrase visto que, en un libro que tiene 28
capítulos y unas veinte páginas, tan solo haya sido capaz de encontrar dos
pasajes, más bien dos frases, en que se hable de hacer el bien, o de hacer
cosas buenas!!!!
Los cito: Cap 10: 38 (de Pedro). (Texto traducido
por mí a partir de la versión catalana.): “Hablo de Jesús de Nazaret. Ya sabéis
cómo Dios lo ungió con el Espíritu santo y con poder, y cómo pasó haciendo el
bien y curando a todos los oprimidos…”
Cap 20: 35 (de Pablo): “Siempre os he expuesto que
conviene trabajar así para no escandalizar a los débiles…”
En cambio, sería casi imposible contar las veces en que o bien Pedro o bien
Pablo exhortan a creer… Como son tantas veces, se combinan las formas: Creer en
el Señor, creer en la Palabra, creer en el Camino, creer en Jesús… A los
convertidos se les invita a creer, hacerse bautizar, y darles la seguridad que
les quedarán perdonados los pecados. Y… nada más, ni siquiera consejos para que
no vuelvan a pecar.
Así que no es tan solo la excepción de Pablo, también la de Pedro (¡y nada
menos que Pedro!, quién lo hubiera dicho), es que ya no queda ni “regla”. Es
que ese desliz desde el evangelio basado en hacer el bien a las personas, hacia
un creer, cada vez más abstracto, no sucedió en la Edad media, ni sucedió en
los siglos IV-V, momentos de degradación de la Iglesia, es que… increíblemente,
parece que ya empezó a suceder en la misma predicación de los apóstoles. (Y que
conste que, por esta vez, no me pongo con la valoración de los profetas de
Israel. Tan solo con la integridad del evangelio.)
Es constatar que, una desviación que sabíamos bien
que se produjo, y por ello estamos como estamos, al parecer empezó mucho antes.
Sin embardo… ¡cuidado! Gracias a Dios, no todo es
así. También hay excepciones en sentido contrario. No podía ser menos.
Porque esas tristes conclusiones (preliminares) me
llevan, inmediatamente tras el fin de la lectura del libro en cuestión, a
releer y comparar los textos de las cartas apostólicas, que, como se sabe,
aparte de las 14 tan conocidas de Pablo, son 2 de Pedro, quizás póstumas pero
bien bien “de Pedro”, 3 de Juan (muy probablemente el mismo apóstol y
evangelista, aunque ya sería de una edad muy avanzada), 1 de Santiago, un
desconocido, y 1 de Judas (cuidado, no el que pensáis).
Las dos cartas de Pedro, fueran de él directamente
o escritas por un seguidor muy identificado con él, no revelan un estilo
diferente a sus exposiciones en los Hechos. En un conjunto de 10 páginas, la
única referencia concreta a la práctica del bien es: (traducción mía, como
siempre) “Vivid todos unidos, tened los mismos sentimientos, amad a los
hermanos, sed afectuosos y humildes, no devolváis mal por mal, ni injuria por
injuria; bien al contrario, bendecid…”. También un par de referencias muy
puntuales a “hacer el bien”.
Estilo 100x100 evangélico. Sin embargo, salen conceptos del tipo de: la
esperanza en la muy próxima segunda venida de Jesús (como se suponía entonces);
la dignidad, la esperanza y la segura felicidad, a pesar de los sufrimientos
presentes, de los creyentes, elegidos por Dios; la condena de los desórdenes de
vida, corrupciones, deseos terrenales (sin precisar nunca cuáles, lo cual
podría inducir a pensar que son “todos”)… Son temas que se van repitiendo, por
los que el apóstol parece sentir una gran pasión.
Las 3 cartas de Juan, de hecho 1, más un par de pequeños añadidos, quieren
ser, según parece, un complemento de su evangelio, de la misma época, finales
de siglo. Basado en el gran tema del amor, de Dios, de nosotros entre nosotros…
pero redactado con tal magnificencia, tales multirepeticiones de lo mismo, con
tal inconcreción, que, de 6 páginas (sin contar los dos añadidos), solo puedo
mencionarle un pasaje, eso sí espléndido: Cap 3: 17: “Si alguien que posee
bienes en este mundo ve a su hermano que pasa necesidad y le cierra las
entrañas, ¿cómo puede habitar en él el amor de Dios?”
Es poco, pero me planteo una
cuestión: ¿Por qué el ya anciano Juan difundió dos textos unos 15-20 años (80-90) después de las fechas
probables de divulgación de: los tres primeros evangelios (los cito porque es así,
pero sin duda no iba la cosa por ahí), el libro de los Hechos, todas las cartas
de Pablo y, podría ser, la primera de Pedro? Me refiero a que había pasado su
vida en silencio, sin divulgar nada, y de repente dos documentos. ¿Acaso se
sintió entonces, a pesar de su vejez, llamado a corregir, completar, unos
criterios que no le parecían bastante de Jesús???
Pero… la joya del Nuevo Testamento fue, para mí
sin ninguna duda, la carta del desconocido Jaime, o Santiago (para nosotros,
Jaume). Ese sí “volvió a Jesús”, sin casi nombrarlo. Quisiera citarlo con un
poco de extensión, por su gran importancia en aquellos momentos: “La religión
pura y sin mancha a ojos de Dios Padre consiste en eso: Ayudar a los huérfanos
y a las viudas en sus necesidades …”
// “Si un hermano o una hermana
no tienen vestido o les falta el alimento de cada día y alguien de vosotros les
dice: Id en paz, abrigaros bien y alimentaros, pero no les da lo que necesitan,
¿de qué servirán esas palabras? Así pasa también con la fe: si no se demuestra
con las obras, la fe sola está muerta.” // “Y vosotros, los ricos, llorad y
plañíos por las desgracias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas (…)
El jornal que escatimasteis a quienes os
segaban los campos clama al cielo.” (Eso, en solo 6 páginas. Poco y bueno.)
Y digámoslo todo: esta carta no fue aceptada por los dirigentes eclesiásticos
como texto bíblico canónico (oficial) hasta el siglo III en las iglesias
orientales, y hasta finales del siglo IV, y tras muchas y largas discusiones,
por las iglesias de Occidente. Pues claro:
eso no encajaba ya en los “esquemas”.
Y aunque me duele mucho alargarme tanto, no puedo
terminar sin plantear la pregunta del millón: ¿Por qué se marginó, o se
silenció, a diez apóstoles, en el libro sobre Los Hechos de “los” apóstoles??? Es más probable que la iniciativa del libro
mencionado fuera un proyecto de grupo más que iniciativa simple e individual
del autor (que, por cierto, no creo, como se ha dicho siempre, que Lucas fuera
autor de su evangelio y del libro de los Hechos, que son tan distintos en su
tema… pero eso para otro día).
Pero fuera de quien fuera la iniciativa, ¿por qué
se basó solo en dos apóstoles y se marginó a diez? De los diez, uno al final respiró: Juan. Pero
los otros nueve, ¿qué pensaban? ¿Qué decían y enseñaban?
Puede decirse que quiero saber demasiado, que dos ya son
representativos…. Pero, dado el caso de
que en el libro de marras se “varía” (para decirlo suavemente) el mensaje de
Jesús, me parece muy preocupante que, para ello, no se contara con la
participación de todo el grupo, o de una mayoría.
Hemos seguido, pues, cuatro temas:
Las características del mensaje evangélico. / Las características del
mensaje de Pedro y Pablo. / La corrección de Juan y, sobre todo, de Santiago. / El incomprensible silencio de
nueve apóstoles.
Me permito establecer esa hipótesis (mía, y por lo tanto provisional):
Jesús expuso un mensaje primordial de amor hacia las personas basado en
acciones. Algunos discípulos (incluso apóstoles) lo fueron derivando hacia una
religión, basada en creencias y prácticas religiosas. Esa tendencia ha durado
los dos mil años de la historia de la Iglesia. Pero enseguida, ya en un primer
momento, algunas personas, dirigentes o no, se esforzaron en “volver a Jesús”.
Y esa lucha todavía dura hoy, y quizás siempre.
Pero, ¿y los nueve silenciados?